El 4 de agosto amanece tímidamente lluvioso, pero en media hora se deja la timidez olvidada. Vamos camino de Vitre (o Vitré, porque las versiones difieren) y menos mal que le hemos puesto al coche las botas de agua.
Llegamos a la ciudad/pueblo (¿dónde está el límite entre una y otro?) cuando Noé ya estaba a punto de partir en el arca y pedimos en la oficina de turismo los correspondientes planos.
Por cierto, todavía no hemos hablado francés. Las azafatas, cómo olvidarlas, la chica del rentacar, los camareros del Café Noir de anoche, la de la oficina de turismo de Vitré, el vendedor de barcas para pasear por el pueblo... Primer fracaso.
La lluvia tipo Vitre nos obliga a huir a Fougères, a ver si allí, ese famoso microclima (¿soy el único que oyó hablar de él?) o quizá los hados, nos ayudan un poco.
Un poco nos ayudaron. Pueblo con una Notre Dame prescindible y jardines adyacentes con belle vues sobre el castillo y las casitas con entramado (tantas veremos...).
Vueltecita por el pueblo, Grimbergen blonde en el correspondiente Café des Sports y vuelta a diluviar. La lluvia tipo Fougères es la típica mantita de agua que, si bien te cala los huesos y con el tiempo te provoca artrosis reumática, a cambio te permite pasear y hasta disfrutar. La tipo Vitre, no.
Pero nosotros, empeñados, ponemos camino a aquel lugar, a ver si esta vez, sí. Y sí, pero no.
Para tener una visión general, tomamos desvío a Tertres Noirs, mirador improvisado sobre pueblecito medieval con castillo ligeramente overrated (vamos, que las dos estrellas michelín se deberían haber quedado en una).
Dejado el vehículo en parking gratuito de 18 plazas. Paseíto... y tromba de agua tipo Vitre que nos obliga a guarecernos en un kebab.
Bonito pueblo, bonita Notre Dame con bonito techo.
Callejeando que te callejea, casitas de entramado,
tiempo algo más benigno y vuelta a Rennes.
Todavía ajenos a lo que nos esperaba, el iPod hablaba de amores adolescentes
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