domingo, 7 de agosto de 2011

Perros-Guirec y la definitiva entrada en Bretaña

7 de agosto.
Desde las proximadades de Erquy, nos vamos camino de la Costa de Granito Rosa.
Parada en Saint Brieuc, localidad de impresionante catedral con dos estupendas torres medievales, no menos estupendo parking ante su portada y, frente a ella, la prefectura de la policía estilo hay-que-matar-al-arquitecto.

Siguiendo la costa (te dije que el día iba a abrir), vemos la abadía marítima (y en ruinas) de Beauport, en Paimpol (chula),
antes de llegar al precioso pueblo de Tréguier, con montones de casas de entramado de madera y una plaza que me daba un aire a la de Mondoñedo, siempre y cuando a ésta le añadiésemos un impecable y fastuoso párking frente a la catedral, claro (pero qué digo, si la plaza de Mondoñedo es un párking que ya lo quisiera el Carreflús).


Avituallamiento de Grimbergen en nuestro Café des Sports local mientras decidimos si hacer caso o no a uno de esos miles de carteles amarillos que pueblan pueblos y carreteras y que anuncian las fiestas locales. Unos veinte segundos duró el debate, lo que tardamos en ponerle a Pilipili (nuestro gepeese, os recuerdo) las coordenadas de Perros-Guirec. Estábamos a kilómetros de un nuevo episodio grandioso, de inmersión en el folclor de esta región tan estable.
El caso es que habíamos visto que en la villa costera (uninteresting y abarrotada) de Perros-Guirec se celebraba un evento que incluía desfile de gaitas y nosequés.

Había de todo: falleras, lagarteranas, amish, laurasingles, gaiteros talmente escoeses y, por supuesto, bretones cogidos por los meñiques y haciendo así con las manitas. Mucha gente y muy divertido.

Eso sí, intentamos comer a las 14 horas y 3 minutos. Cocina cerrada y ni mejillones niná, no vaya a ser que alguno de las decenas de miles de visitantes que los invaden vaya a querer consumir fuera de hora.
Están locos estos bretones

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