El choque fue brutal. Porque brutal es llegar de un lugar supuestamente interesante, pero sin ningún interés y sin unas vistas muy espectaculares a un lugar como Pen-Hir, con un corte vertical (tampoco tan alto, eso es cierto) y con las preciosas vistas sobre la Punta de Dinan. Estas vistas, que tardaron en dejar verse, le otorgaron la tercera estrella (el rabo, según la calificación Osborne). De hecho, los millones de viandantes estaban empeñados en que no se la diéramos y le quitaban bastante encanto al lugar. En todo caso, una preciosidad.
Y precioso el aviso de que la gente respete a los escaladores y no les tire piedras. Están locos estos escaladores.
Después de Pen-Hir, y por corredoiras que atravesaban una preciosa playa, llegamos a la Punta de Dinan, que quizá tenga sólo 2 estrellasmichelín porque el corte con el mar es algo menos espectacular.
Sin embargo, un arco natural que forma la roca, más las vistas sobre el propio Pen-Hir, la hacen muy muy destacable.
Ya sólo quedaba teóricamente un hito en el día, quizá el más duro, ya que suponía escalar otra de las grandes cimas épicas de esa Bretaña montañosa y sin escrúpulos, ese K2 llamado Menez Hom, brutal cumbre escaprada de ¡¡300 metros de altura!! muy agradable para que niños y mayores practiquen todo tipo de deportes de viento, léase parapente, aviones teledirigidos y un tipo con una cometa. Bonitas vistas de la costa y el llano.
Al final de esta visita, nuestros atléticos cuerpos, sin embargo, precisaron de descompresión en el campamento base.
Y ya metidos en harina, aunque teóricamente ya debíamos haber acabado el rulo diario, decidimos pirarnos a ver Raz en previsión de que al día siguiente el teniente P. tuviera que visitar al taponólogodeoídos para el asunto de su sordera.
De camino a Raz, pillaba la Punta du Van, y de perdus, á la rivière. Mereció la pena el paseíto hasta la ermita, junto a la cual estaba una pequeña ermitita, suponemos que para el perro dle párroco).
De allí, a la Pointe du Raz, la punta de las puntas según las guías. Parece que los bretones estaban enterados y te sablean 6€ por aparcar junto a un emporio de tiendas y crepèries.
El paseo hasta la punta, casi asfaltado, restaba pelín de contacto con la naturaleza, qué quieren que les diga. Pero una vez allí, con el sol bajando y bajando, resultaba un lugar algo espectacular, plagado de pequeñas montañitas de piedras hechas por la gente que lo visita.
Nosotros también quisimos dejar nuestra huella en forma de montañita, que el sol bretón quiso que tuviera sombra de La Cibeles (¡alucinante!).
Volvimos al hotel, cenamos mejillones (¡!) y en Pueblo-Fantasma (o sea, en Douarnenez, pero esta vez al otro lado del río-ría) conseguimos tomarnos una rica cerveza ¡a las 11 y media de la noche!.
Y a la cunita, previo ensayo del baile de las manitas en la habitación.
Están locos estos bretones.
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